Stacey Manson, una enfermera, administra una dosis de la vacuna en el Dodger Stadium, en Los Ángeles, el 20 de enero de 2021. (Ryan Young/The New York Times)

LOS ÁNGELES — Un comediante de monólogos en vivo desempleado originario de Nueva Jersey. Un actor y presentador de pódcast vestido con una bata de laboratorio. Una persona impertinente que ha participado en varias campañas para el Congreso en Los Ángeles sin éxito. Y al menos unos cuantos que estuvieron en Washington el día del disturbio en el Capitolio.

Ellos se encontraban entre el variopinto grupo de los denominados antivacunas que se reunieron recientemente en la entrada del centro de vacunación masiva ubicado en el Dodger Stadium para protestar por la distribución de una vacuna contra el coronavirus.

Esta coalición organizada de manera informal representa una nueva facción del movimiento antivacunas californiano establecido desde hace mucho tiempo. Y la protesta fue la última señal de que los californianos se han convertido en los insólitos abanderados de la agresiva crítica contra las vacunas, aun cuando los casos del virus continúan propagándose en su estado.

California, que alcanzó la semana pasada un promedio de 500 muertes diarias ligadas al virus, pronto se convertirá en el estado con el más alto número de muertes por coronavirus, superando incluso a Nueva York.

Durante meses, activistas de la extrema derecha en todo el país se han estado manifestando en contra de las normas sobre el uso de cubrebocas, el cierre de los negocios, los toques de queda y las autoridades sanitarias locales, pues consideran la respuesta del gobierno contra el virus una intromisión en las libertades individuales. Pero mientras las mascarillas y los cierres se vuelven cada vez más una parte rutinaria de la vida de los estadounidenses, algunos manifestantes ahora dirigen su odio antigobierno a las vacunas contra el coronavirus.

La semana pasada en el Dodger Stadium, el mismo grupo de manifestantes —pequeño pero expresivo— que ya había organizado protestas contra el uso de tapabocas y los confinamientos en el área de Los Ángeles irrumpió en un centro de vacunación masiva que suministra un promedio de 6120 dosis diarias. Cerca de 50 manifestantes —algunos con pancartas en las que se leían mensajes como “¡No seas una rata de laboratorio!” y “COVID = Fraude”— marcharon hacia la entrada y obligaron al departamento de bomberos de esa ciudad a cerrar el centro controlado por el gobierno durante casi una hora.

Su irrupción ejemplifica la tendencia cada vez más combativa de algunos de los opositores a las vacunas en el estado, quienes desde hace tiempo aseguran que las leyes de vacunación escolar obligatoria representan una extralimitación por parte del gobierno. Muchos ya desconfiaban de las justificaciones científicas de las vacunas por haber leído en sitios de desinformación en línea que las vacunas administradas en la primera infancia causan autismo, una afirmación refutada desde hace mucho tiempo.

En California, el movimiento antivacunas ha sido popular durante décadas entre celebridades de Hollywood y padres adinerados, y ganó impulso cuando los legisladores estatales aprobaron una de las leyes de vacunación infantil obligatoria más estrictas del país en 2015. Anteriormente, los padres que optaban por no vacunar a sus hijos conseguían exenciones con el argumento de que las vacunas entraban en conflicto con sus creencias personales, pero la ley eliminó esa opción. La popularidad de esas exenciones causó que las tasas de inmunización descendieran al 80 por ciento o menos en escuelas públicas y privadas de Beverly Hills, Santa Mónica y otras comunidades prósperas del área de Los Ángeles.

En ocasiones, los activistas antivacunas en el estado han sido agresivos. Pero durante los últimos dos años y en los meses de la pandemia de coronavirus, se ha dado un repunte en las tácticas de confrontación y amenaza.

En 2019, esos activistas agredieron a un legislador en Sacramento y arrojaron sangre menstrual sobre congresistas en la cámara del Senado en el capitolio de ese estado y, durante la primavera pasada, presionaron al director de salud del condado de Orange para que renunciara públicamente revelando la dirección de su residencia. El mes pasado, dos semanas antes de la manifestación contra la vacunación en el estadio, un grupo de mujeres amenazó a los legisladores durante una sesión sobre el presupuesto en el Capitolio. Les dijeron a los senadores que no “iban a recibir ninguna inyección” y que “no habían comprado armas nada más porque sí”.

“Creo que lo que más preocupa es que están empeorando”, expresó el senador estatal demócrata Richard Pan, un pediatra que redactó la ley de vacunación. En 2019, Pan fue golpeado en la espalda por un manifestante antivacunas y probablemente era el objetivo del incidente de la sangre arrojada en el recinto del Senado ese mismo año.

“Este movimiento no solo propaga desinformación o datos erróneos y mentiras acerca de las vacunas, lo cual de manera aislada ya es perjudicial, sino que también acosa, amenaza e intimida agresivamente a las personas que intentan compartir información precisa sobre las vacunas”, mencionó.

Manifestantes que asistieron y ayudaron a organizar la protesta en Dodger Stadium dijeron que no intentaron entrar en el centro y que no bloquearon la entrada. Culparon a los bomberos por reaccionar exageradamente a su presencia y cerrar las puertas, y afirmaron que su objetivo solo era informar a quienes esperaban su turno para vacunarse, no evitar que entraran a recibir sus dosis.

Uno de los manifestantes, un actor de 48 años cuyo primer nombre es Nick y que pidió que su apellido no fuese publicado debido a las amenazas de muerte que el grupo ha recibido, dijo que no creía que ninguno de los manifestantes perteneciera a los grupos antivacunas previamente establecidos en el estado. “Todo esto ha surgido como resultado de la crisis causada por el COVID-19”, aseguró. “Comenzó con el uso de los cubrebocas y evolucionó hacia la preocupación por la vacuna. Se trata de las libertades civiles”.

El principal organizador, Jason Lefkowitz, un comediante de monólogos en vivo de 42 años y camarero en un restaurante de Beverly Hills, señaló que el catalizador de la protesta en el estadio fue la muerte de Hank Aaron, la leyenda del béisbol que murió el 22 de enero a la edad de 86 años.

Aaron recibió la vacuna del coronavirus en Atlanta el 5 de enero, y los activistas antivacunas, incluido Robert F. Kennedy Jr., han aprovechado su muerte para establecer un vínculo. El médico forense del condado de Fulton aseguró que no hay evidencia de que Aaron haya tenido una reacción alérgica o anafiláctica a la vacuna.

“No soy una persona violenta”, dijo Lefkowitz. “Nadie en mi grupo es violento ni nada similar, pero hay muchas personas que no quieren recibir esta vacuna ni que se les obligue a ello”.

No hubo ningún arresto, pero algunos funcionarios de la ciudad, incluido el jefe de la policía, estaban molestos por el simbolismo y los titulares en todo el mundo: que un pequeño grupo de detractores de la vacuna cerraron temporalmente uno de los centros más grandes de vacunación del país y caminaron cantando sin mascarillas junto a ciudadanos mayores que esperaban en sus automóviles para recibir su dosis.

“La imagen de esto es que dio la impresión de que los manifestantes pudieron interferir simbólicamente con la fila, y creo que tenemos la gran responsabilidad pública de asegurar que ese simbolismo no se repita”, expresó el jefe Michel Moore a la Junta de Comisionados de la Policía de Los Ángeles durante una reunión virtual.

Los manifestantes planeaban regresar al Dodger Stadium y la atención los motivó más de lo que pudieron desanimarlos las críticas en las redes sociales. Lefkowitz dijo que de inmediato tomó como una señal positiva para su grupo que el departamento de bomberos cerrara las puertas.

“Indirectamente nos están ayudando, porque ahora lo veo como: ‘Ah, esto va a ser noticia’”, dijo Lefkowitz.

Copyright 2021 The New York Times Company

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